Así emprendí (mi historia personal)
El emprendimiento es algo completamente experiencial; en otras palabras, se va aprendiendo sobre la marcha. El alcance de las materias, clases y cursos de emprendimiento es bastante limitado pues hay situaciones de las que se aprende solamente cuando se pasa por ellas. Al final, siempre se llega a la instancia en que toca tomar la decisión de lanzarse, y hay personas que lo hacen y otras que no. Razones para emprender puede haber muchas, pero al final el argumento más potente es el riesgo que se está dispuesto a asumir: riesgo de invertir mal los ahorros, riesgo de estrellarse, riesgo de hacer un mal negocio, pero también riesgo de acertar, riesgo de innovar, riesgo de generar empleo y un largo etcétera.
Por lo mencionado anteriormente, me parece mucho más válido y enriquecedor acudir a experiencias de otros emprendedores, y sobre todo, a sus errores, para animarse a dar el paso y lanzarse. Acá va mi historia; espero que les guste y a los que están pensando emprender, que los anime a decidirse de una vez por todas.
Desde pequeño, siempre me gustó construir cosas. Me la pasaba todo el tiempo desbaratando cuanto aparato había en mi casa para descubrir cómo funcionaba y luego lo volvía a armar, y varias veces me corté, me quemé, me agarró la corriente, pero al final, después de un rato, todo quedaba como al comienzo.
Uno de los planes que más disfrutaba era ir a la planta de Haceb, empresa fundada por mi abuelo José María Acevedo, para ver cómo se fabricaban los productos. Esto hizo que me fuera encariñando con los procesos industriales y el ambiente de una fábrica. Hoy soy un apasionado por la industria.
Cuando tuve que elegir qué estudiar, me incliné por la Ingeniería Mecánica porque, además de gustarme muchísimo, a mi juicio era la carrera que recogía todo lo que se necesitaba saber para diseñar y construir cosas que funcionaran. Nunca se me pasó por la cabeza estudiar una carrara administrativa o de humanidades.
En algún momento de la carrera, mi papá me cuestionó: “¿Qué vas a hacer cuándo te gradúes de la universidad?”. La verdad, nunca se me había ocurrido esa pregunta. Viendo mi cara de desconcierto, mi papá me dijo: “Vamos a hacer un ejercicio”. Y fue el primer contacto que tuve con el emprendimiento.
Trazó en una hoja dos columnas; una se titulaba “Empleado” y otra “Independiente”. Y empezamos a llenar la tabla con los pros y los contras de cada opción, previamente dejando claro que ninguna era mejor que la otra (recomiendo hacer este ejercicio, pues ayuda a identificar las razones por las que uno quisiera emprender). Rápidamente llegué a la conclusión que yo quería ser independiente, y que para tener mi propia empresa tendría que emprender. Afortunadamente, tenía algunos recursos para invertir pero no se me ocurría ninguna idea de negocio, que es justo lo contrario a lo que le ocurre a la gran mayoría de emprendedores, que tienen muchísimas ideas pero no cuentan con el capital inicial.
A la hora de comenzar, nunca hubo una “gran idea disruptiva” y tampoco se me ocurrió personalmente a mi. Ocurrió de la siguiente manera: por esa época (año 2005), Haceb necesitaba liberar espacio en una de sus plantas para instalar un nuevo proceso, pero requería seguir operando las máquinas que iba a mover. Un tío me dijo: “¿Por qué no se lleva esas máquinas para una bodega alquilada, hace la producción allá y Haceb le compra los productos?”. Inmediatamente le dije que sí y fui a plantearle el asunto a mi abuelo (el dueño de las máquinas), quien se alegró con la propuesta y me dio todo el apoyo que necesitaba en ese momento. Y ahí nació IPROCOM: Ingeniería – Proyectos – Comercio, una empresa dedicada a la fabricación de componentes plásticos para electrodomésticos, por medio de un proceso llamado inyección.
De la noche a la mañana, con 22 años, me convertí en gerente de una empresa naciente sin saber absolutamente nada de administración, finanzas, costos, contabilidad, marketing, manejo de personal y todas las actividades que una empresa implica, y con la tremenda responsabilidad de abastecer permanentemente la fábrica de electrodomésticos más grande del país, cumpliendo todos los estándares de calidad y con el riesgo de que no entregar la producción a tiempo o con las especificaciones requeridas, podría implicar un paro de planta (algo que desafortunadamente ocurrió varias veces y con el correspondiente regaño por parte de los directivos de Haceb).
Por otro lado, todavía no me había graduado de la universidad, ni había hecho la práctica ni la tesis. Afortunadamente, EAFIT me permitió realizar la práctica en mi empresa en modalidad de emprendimiento y ahí fue cuando comencé a tomar materias de finanzas básicas, contabilidad y costos. Así aprendí a leer los estados financieros y me di cuenta de la importancia que tiene la educación financiera para emprender, aunque en mi caso la historia haya ocurrido al revés, o sea, primero la empresa y después aprender a manejarla.
Uno de los errores más grandes que cometí al comienzo fue no saber calcular correctamente el costo de los productos que fabricaba. Obviamente, al tener un costo equivocado, el precio también quedaba mal calculado, lo que hacía que cada mes la operación generara pérdidas porque los ingresos no cubrían los gastos. Sentido común y sentido pésame. Poco a poco fui corrigiendo los costos y los precios hasta lograr llegar al punto de equilibrio y luego a generar utilidades. Acá aprendí aquello que llaman “curva de la muerte del emprendedor” que no es más que la suma de las pérdidas acumuladas que el emprendedor está dispuesto a asumir antes de que la empresa empiece a ganar. El problema es que la curva solamente la pueden dibujar los que salen de ella, pues a los que se retiran antes les queda incompleta.
El equipo de trabajo es supremamente importante. Conformar el equipo no necesariamente quiere decir que todos tienen que ser socios de la empresa, entre otras cosas porque hoy todo el mundo es “co-fundador” de algo. En mi caso, yo fui el único fundador, pero quise conformar una junta directiva con personas que conocieran el mundo empresarial y que me ayudaran a sacar la empresa adelante. Obviamente, al comienzo lo hicieron sin costo pero cuando la empresa ya comenzó a ganar, pude pagar honorarios.
Otro error que cometí fue subestimar a la competencia. Al comienzo, uno está tan enamorado de la idea de negocio que cree que no hay nadie que haga lo que uno hace. Después, resulta que uno se pone a buscar juiciosamente y encuentra que lo que uno hace se puede conseguir por Amazon o ya hay una empresa en China que hace lo mismo. Es muy importante hacer un ejercicio de referenciación y benchmarking para conocer los diferentes actores del entorno.
Me di cuenta que es imposible construir el famoso “Diagrama de fuerzas de Porter” y la “Matriz DOFA” antes de comenzar porque son herramientas que se nutren de lo que uno va viviendo y aprendiendo mientras avanza. La única forma de conocer más o menos bien el entorno es metiéndose en él, y para meterse hay que lanzarse. Es más, me di cuenta que también son herramientas completamente dinámicas, porque el entorno cambia, la empresa cambia y uno cambia. Por eso es que cada determinado tiempo se debe revisar la estrategia de la empresa con los nuevos factores internos y externos que pueden afectarla para bien o para mal.
Es muy importante tener claro cuál es el modelo de negocio. El modelo de negocio no es el flujograma de procesos, ni la misión, ni la visión; son aquellas características que, operando de manera coordinada, hacen a la empresa única, rentable y sostenible en el tiempo. Tampoco hay una sola forma de identificar y construir el modelo de negocio. Hay cursos y libros sobre modelos de negocio, pero al final es uno mismo el que conoce su empresa y es el que está capacitado para construirlo.
Anécdotas como estas hay muchas, sobre todo, porque cada día de un emprendedor es como una montaña rusa: impredecible y apasionante. Les podría hablar de negociaciones con proveedores, clientes y bancos; podría contarles la primera vez que importé un contenedor de materia prima, la primera venta que hice a un cliente diferente a Haceb, cuando compramos el primer camión, cuando trasteamos la empresa a otro parque industrial, cuando renuncié a la gerencia para pasar a presidir la junta directiva… Pero siempre volvemos al mismo punto con el que comencé: uno puede escuchar mucho sobre emprendimiento, hacer cursos, ir a conferencias, ver programas de televisión, escuchar o leer muchos testimonios (como este, por ejemplo), pero llega un momento en el que uno debe tomar la decisión y lanzarse. Puedo decir sin arrepentirme en lo más mínimo que no hay nada como ser independiente y trabajar para uno mismo. Y para los que se quejan de que no hay trabajo, les digo que trabajo sí hay, y mucho, pero toca ir por él; no se pueden quedar sentados en la oficina esperando a que les llegue. Toca “maletinear” duro (lo bueno es que se acumulan millas…).
PD: Y para los que quieran saber cómo va IPROCOM, actualmente es una empresa ubicada en el municipio de Girardota (Antioquia) con maquinaria de última tecnología, que factura en promedio $1.000 millones de pesos mensuales, genera cerca de 100 empleos directos, provee componentes plásticos de alto desempeño para las industrias automotriz, electrodomésticos, minidomésticos, motocicletas, agro y para otras compañías del sector industrial. Exporta directa e indirectamente a varios países de Latinoamérica (Brasil, México, Perú, Ecuador, entre otros) y cuenta con las certificaciones ISO 9001, 14001 y 18001. Pueden visitar la página web www.iprocom.co.
Juan Carlos Zuleta
ju******@ya***.com
Bravo Dr. ZULETA 😚